¿Cuánto vale el fútbol? 

Sí, quiero saber cuánto vale el dichoso fútbol. Me da igual si es en bruto o neto, no me voy a poner tiquismiquis con esos detalles nimios. Me valdría incluso con una aproximación, no me hacen falta cifras exactas, soy de letras y entiendo que muchas fórmulas no siempre son precisas. Pero al menos algo que se aproxime. No puede ser tan difícil, digo yo. El caso es que llevo un tiempo con esto en la cabeza y no encuentro solución. Me explico.

Hace poco, esperando a que empezara el entrenamiento del equipo que dirijo, estaba charlando y vacilando con Gerald, un chico de otra categoría y me hizo una pregunta -Profe,¿cuánto crees que vale el fútbol?- Rápidamente aclaré lo más importante y vital -Por decimonovena vez, no soy tu profe, ni soy tu mister. Tengo nombre y te lo sabes-. Y después ya me quedé en blanco, molesto y sin saber qué más decir. Afortunadamente justo me tocaba empezar, así que salté al campo y pude salir de esa fatal encrucijada con algo de dignidad. Malditos chavales, cuando menos te lo esperas te dejan con las vergüenzas al aire.

 

¿€uros, vatios o kilos?

Y desde entonces, no he dejado de pensar en esa pregunta. Y en alguna otra más, por ejemplo, ya puestos a medir el valor del fútbol, habrá que ver cómo se debe medir. ¿Con dinero, en kilovatios o al kilo, como los filetes de pollo? Fútbol y dinero puede parecer que van de la mano y hacen buena pareja ¿no?, pero entonces, ¿qué pasa con la popular afirmación de que el dinero no da la felicidad? Si el fútbol si la da, y de esto si que no tengo la menor duda, entonces no pueden ligar tan fácilmente. Que tengan sus romances, pasa, pero no se aman de verdad. Vale, segunda opción, igual se puede medir en kilos. Este concepto ya me gusta más. Poder pensar en un partido feo, tosco y aburrido de la tercera división de Uzbekistán y decir, este partido no vale ni 50 miligramos, vaya ruina. Pero no me convence, se me queda flojo. ¿Y si se pudiese medir por su vistosidad?, es decir por su intensidad lumínica, sería fabuloso. Me imagino una apasionante final de champions con ocasiones, golazos y remontada final incluida, podría valer, no sé unos 100.000 watts. Aunque, visto por otro lado qué pasaría con ese fútbol más efectivo y menos vistoso, Simeone o Mourinho verían sus logros sin duda maltratados por no emitir suficiente luminosidad, y no queremos eso, no. Y yo mientras, sigo sin saber cuanto vale el fútbol…

 

Ganar y perder

Y es que las respuestas a las grandes incógnitas de la vida vienen cuando menos las esperas. Newton y la manzana, Arquímedes en la bañera… y para mi fue al terminar un partido y ver a los chicos y chicas que se estaban yendo. Caminaban en grupo riendo, haciendo bromas y disfrutando del momento, de un momento que para ninguno de ellos será destacable ni especial, pero que seguro echarán de menos cuando pasen algunos años, porque esos momentos son los mejores indicadores de que todo va bien. Todo fluye. Viendo a “mis chavales” me di cuenta de que objetivamente eran mejores que hace ocho meses, y no me refiero técnicamente como futbolistas, eso siempre ha sido lo de menos, me refiero a que eran mejores personas. Ese partido lo perdimos, pero ganamos otras muchas cosas, porque siempre se gana. Diferentes cosas, pero siempre se gana. Ese día Julio, un chico muy tímido y trabajador, que se esfuerza como el que más, nos dio una lección al resto. El chico es tímido y no se expresa mucho ni con facilidad, y a la hora de expresar emociones pues le supone un reto. El partido estuvo muy competido y ajustado y la derrota final fue un gran palo para el equipo. Pues al silbido final Julio vio a sus compañeros con la moral baja y fue uno por uno, acercándose a sus amigos, no sólo preocupándose por ellos, ofreciendo una palabra de aliento y sobre todo su presencia, que parecía decir, todo está bien, podemos con esto, con su mirada y su forma de estar. Obviamente nunca antes habíamos visto a Julio en ese rol, pero él se vio con la fortaleza en ese momento, descubrió que tenía ese poder y comenzó a usarlo. En el siguiente entreno yo no pude decir que perdimos, porque a todas luces habíamos ganado. Perdimos el partido y los tres puntos, sí, pero ganamos algo mucho más importante. Ganamos la evolución de Julio que ahora era aún más importante para el equipo y nos hacía mejor a todos. Y él mismo estaba descubriendo y reconociendo su potencial humano. Que alguien me explique dónde hemos perdido.

Observando al grupo mientras se estaban marchando del partido, me di cuenta de que eran mejores que hacía ocho meses. Cada día valoran más su trabajo y el de sus compañeros, se regulan entre ellos cuando alguno salta, se ayudan desinteresadamente, se muestran más cariño, están más unidos, hacen por que las cosas funcionen, aprenden de los errores, se esfuerzan más y mejor, ven que todos son piezas importantes dentro del equipo, etc. Y es que la gente solo puede ver a un grupo de adolescentes haciendo el tonto, de camino a la parada del bus. Pero yo no veo eso, yo veo un equipo, lleno de buenas personas que quieren ser mejores.

Eureka! Lo tengo frente a mi, es el impacto. El valor del fútbol se mide por el impacto educativo que deja en las personas, sin duda. Ese impacto sirve para ver cómo las personas evolucionan, pasan por experiencias donde se desarrollan y se convierten en mejores de lo que ya eran. El fútbol debería dejar de medirse en dinero, no es su valor más destacado, no es lo que mide su grandiosidad. El fútbol debe medirse por el impacto que puede suponer para cambiar vidas, eso sí hace feliz a la gente, y no el dinero. Ser mejor persona, evolucionar, crecer. Para eso debería valer el fútbol. Para eso puede valer el fútbol. Y por eso me gusta tanto, porque con la suficiente intención, puede ser un arma de educación masiva. Y yo he venido hoy para reivindicar que el verdadero valor del fútbol es su impacto educativo. He venido para quedarme, para hacer lo que más me gusta, de la mejor forma posible y para sacar todo el juego al valor del fútbol.

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